El blog de 5ºB 12
viernes, 23 de noviembre de 2012
lunes, 19 de noviembre de 2012
Teatrillo
Marta y Adri han preparado el teatro de las castañas, en forma de marionetas, ha quedado muy bonito y hemos disfrutado un rato Gracias por el trabajo bien hecho
En esta dirección podéis ver las fotos http://www.colebenyamina.org/clases/12_13/nov/teatro5/index.html
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Cumple de Paloma
Felicidades, comimos una bonita tarta, cantamos el cumpleaños feliz
Aquí puedes ver las fotos http://www.colebenyamina.org/clases/12_13/nov/paloma/index.html
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lunes, 12 de noviembre de 2012
El castaño de las castañas dulces
En este enlace tienes un vídeo del cuento http://www.youtube.com/watch?v=KutO_AKDUWE
El castaño de castañas dulces
Aquel
sábado era un día muy especial para las mellizas traviesas porque su madrina
vendría a llevarlas de excursión a los montes de Vitoria para hacer un pic-nic;
nunca antes habían hecho uno, así que estaban tremendamente ilusionadas,
querían llegar ya, y correr y saltar y jugar por el monte; parecía que se
hubieran hecho mayores a lo largo de toda aquella larga mañana en que esperaban
impacientes su llegada.
Lo que
no imaginaban las pequeñas es que aquel sábado, y siendo tan pequeñas como
eran, aprenderían una valiosísima lección que muchos adultos aún desconocen y
otros muchos
parecen
haber olvidado.
-Estela
¿va a venir ya la madrina?- preguntó Érika a su hermana con voz aburrida
mientras hundía las galletas en la leche.
-Yo no
lo sé hermana- le respondió la niña encogiéndose de hombros-.
Entonces
alguien llamó a la puerta de la casa. Las dos niñas saltaron de sus sillas y
corrieron hacia la puerta gritando:
-¡Por
fin! ¡Es la madrina! ¡Yo abro, yo abro!
-¡No!
¡Tú no abres! ¡Abriré yo! ¡La madrina, la madrina ha venido!
-¡Deeeejaaa!
-¡No!
¡Quita!
Finalmente,
en un descuido de Estela, Érika levantó su bracito, agarró la manivela y tiró
de ella hacia abajo, consiguiendo abrir la puerta. Al otro lado su madrina empujaba
despacito porque sabía que las dos estarían dando saltos detrás y no quería
hacerles daño.
Estela,
al verla, se puso a gritar de alegría. Para sorpresa de
su
madrina, la saludó diciéndole:
-¡Señoritita!
¡Está usted muy guapa hoy!
-¿Señoritita?¿qué
palabra es esa? ¡me gusta! Señoritita, usted también está muy guapa hoy.- le
respondió la joven. Y dirigiéndose a ambas preguntó:
-Señorititas,
¿están ustedes preparadas para nuestro fabuloso día de pic-nic?¿tenéis vuestras
cestas listas?
Las
mellizas corrieron a la cocina gritando: “siiiii”, y volvieron con dos hermosas
cestas de mimbre llenas de comida y muchas frutas.
Entre
tanto, su madrina se había puesto a hablar con los padres de las mellizas, pero
éstas, deseosas de salir cuanto antes, interrumpían cada frase de los mayores:
estiraban al padre de los pantalones, a la madre de la falda, cogían la mano de
la muchacha, y repetían: “venga, vamos ya, vamos ya, queremos irnos ya, ahora
mismo”
- Está
bien, señorititas- dijo su madrina en un tono de voz dulce y paciente - ahora
despediros de papá y mamá y ¡comencemos nuestra aventura rumbo al bosque! -.
Por el
camino jugaron a ser todos los animales que podía existir en los montes de
Vitoria: un corzo, un azor, una mamá visón, un búho bebé, pájaros carpinteros,
y también árboles:
un
haya, roble, quejigal, acebo...-pájaro carpintero bebé, mamá corzo: ¡Por fin,
hemos llegado!
Vamos a
extender nuestro gran mantel de flores de colores, nos sentaremos sobre él y
pondremos encima toda nuestra comida
Entre
las tres extendieron el gran mantel y pusieron unos mullidos cojines que la
madrina había traído para sentarse. Después, cada una sacó de su cesta su
comida.
Desafortunadamente,
la mamá de las mellizas había puesto un delicioso trozo de pastel de chocolate
en la cesta de Érika, pero se había olvidado de ponerlo en la de Estela.
-Yo
quiero mi pastel- sollozaba Estela – toda esta comida no la quiero, ni la
fruta, quiero mi pastel de chocolate.
-Vamos
Estela, esto se arregla muy rápido. Tu hermana Érika te dará la mitad del suyo.
-¡Ni
hablar! ¡Éste es mío, mío, y no le voy a dar nada!- gritó Érika alargando la
mano para atrapar el pastel que había dejado en el mantel de flores de colores.
Pero la
madrina de las mellizas traviesas fue más rápida: lo alcanzó y lo dejó sobre
una gruesa rama del roble bajo el que estaban, donde ninguna de las niñas
alcanzaba a cogerlo.
-Y
ahora, señorititas, el pastel es sólo mío – decía la joven riendo – a no ser
que...
-¡Qué!
-¡Qué!
-A no
ser que queráis oír una historia que conozco yo, es una historia muy bonita: la
del castaño de castañas dulces.
-¡Bieeeeen!-
gritaron las niñas al unísono mientras hacían palmas con sus manecitas – ¡Una
historia! ¡Cuéntala, cuéntala!
- Está
bien- respondió la madrina, empezó entonces a relatar la historia:
“Había
una vez un lejano bosque en un lejano lugar, o ¿quién sabe?, tal vez fuera aquí
mismo; la cuestión es que aquel bosque estaba lleno de castaños orgullosos.
En todo
el continente no había unos árboles tan altos, tan verdes, tan aromáticos y
hermosos como aquellos. Sus frutos, las castañas, caían sobre el suelo, y al
cabo de un tiempo nacía un castañito pequeño. Así se había formado aquella frondosa
arboleda. Digo que se trataba de unos castaños orgullosos porque se consideraban
demasiado importantes como para dejar que ningún animalillo se comiera sus
castañas; se decían unos a otros:
-Pues
¿no que va la lista de la ardilla e intenta comerse la mejor de mis castañas?
pero ¿cómo se atreve?- decía uno.
-Ja, ¿y
tú te quejas de una ardilla? ¡un humano hambriento trató de comerse una de las
mías! – le respondía otro.
-¿Pues
sabéis qué? Yo he descubierto cómo hacer para que ésos no se coman nuestros
frutos. Debemos buscar con nuestras raíces los nutrientes más amargos y
depositarlos
enteritos
en nuestros frutos; porque debemos defender
lo que es nuestro – respondía otro.
Pero en
aquella arboleda había nacido un castaño muy crítico, que, desde chiquitín, se
lo cuestionaba todo.
Era muy tolerante y cariñoso y no le gustaba
producir castañas
amargas.
A pesar de las instrucciones de sus mayores, decidió conocer otros puntos de
vista. Entonces preguntó a unas águilas que aquel día pasaban por el cielo
azul.
-¡Escuchadme
pajarillos!- les gritó el castaño desde abajo.
Las
águilas se asombraron al oír a un miembro de aquella arboleda orgullosa
llamarlos, y bajaron dos emisarios a ver qué querría.
-Vosotros
que sobrevoláis los cielos debéis haber visto muchas cosas. Decidme ¿todos los
castaños de todas las tierras hacen frutos amargos para protegerlos de los que
se
los
quieren comer?
Las
aves se miraron asombradas, echaron a volar un poco para debatir, sin que el
castaño las oyera, cuál sería la mejor respuesta. Pronto volvieron y una de
ellas dijo:
-Pequeño,
me temo que el único castañar que nosotros hemos sobrevolado es el vuestro. En
nuestros itinerarios hay muchos árboles muy diversos, pero vosotros sois los
únicos castaños.
-¿Cómo
puede ser eso? y ¿cómo son los otros árboles? ¿son muy diferentes a mí?-
-Pues
si- respondió uno de los pájaros- para empezar porque no son unos orgullosos-
pero le interrumpió el otro pájaro dándole un cocotazo con el ala en la cabeza.
-Lo que
quiere decir mi amigo, es que mientras que vosotros os esforzáis en hacer
vuestro fruto amargo para que nadie os lo arrebate, la mayoría de los otros
árboles se esfuerza en
hacer
justo lo contrario: unos frutos suculentos, dulces y atractivos para animales y
personas.
-¡Caramba!-
exclamó el pequeño- y ¿por qué quieren hacer eso?-.
-¡Pues
porque tienen raíces! Ellos, por sí solos, no pueden andar, no pueden conocer
el mundo, no pueden poblar nuevas tierras. Así que hacen sus frutos atractivos
para
aquellos
seres que sí que pueden transportarlos. Imagina que un humano se marcha a
nuevas tierras: debe llevarse frutos con que alimentarse, y dentro de esos
frutos están las semillas de las que brotará una nueva planta... Y, de esta manera,
un árbol, a pesar de tener raíces, viaja y se expande. Y sin embargo vosotros,
sólo estáis aquí. Ya que no habéis querido compartir con las demás especies
vuestros frutos, sólo ocupáis un trocito chiquitito del mundo. Vuestro mundo.
-Bueno,
tampoco es tan malo eso de vivir sólo en nuestro mundo ¿no?- contestó el
castaño dudoso.
-Ay,
¡qué poco sabes!. ¿Has visto alguna vez una tormenta eléctrica? Si, ¿verdad?.
Pues nosotros hemos visto bosques mucho más grandes arder y desaparecer en una
sola noche a
causa
de un relámpago. Lo malo de vivir sólo en vuestro mundo es que si algo como eso
pasara ya no tendréis ningún otro lugar a dónde ir, ningún otro lugar donde
vuestra especie
pueda
seguir existiendo y, lamentablemente, desaparecería.
El
castaño se quedó un poco asustado, los pájaros tenían razón. Entonces había que
trabajar rápidamente, había que empezar ya a pensar cómo hacer para: en lugar
de defender
lo que es nuestro, compartir lo que es nuestro porque
esa sería la única manera de poder expandirse
y crecer
en otros lugares.
Buscó
por el suelo todas las clases de nutrientes. Pidió ayuda a animales, insectos,
a las aguas subterráneas, a los pájaros, al viento...a todos los que pudo. Poco
a poco lo consiguió. Se
esmeró
y, transcurridos unos años, logró crear unas castañas maravillosas que eran el
manjar predilecto de todos los animalillos herbívoros.
Cierto
día, unos niños que jugaban en el castañar se acercaron al árbol a ver cómo una
ardilla comía los frutos. Cogieron unas cuantas semillas con cuidado de no
pincharse y descubrieron los ricos frutos de su interior. Se llenaron los bolsillos
de castañas dulces y las compartieron con su familia.
Sus
padres plantaron aquellas semillas para poder recolectar el delicioso manjar; y
los vecinos también las plantaron. Los viajantes que pasaban por el pueblo y
probaban los frutos se
llevaban
semillas para venderlas a otros pueblos. Fue así como el castañito se expandió
por lejanas tierras, muy, muy lejos del castañar orgulloso.
Con
todo, sus vecinos se reían de él, decían que era un árbol chalado que permitía
que cualquiera le arrebatara lo
suyo.
Pero
él, lejos de hacerles caso, sentía una inmensa alegría desde el fondo de su
alma, pues sabía que, además de estar haciendo felices a otros seres, su obra
en esta tierra contribuiría, en cierta manera, a que su especie, y él mismo, continuara
existiendo mucho más allá que su tiempo.
Y desde
entonces hasta ahora, gracias a aquel castaño que quiso compartir, cientos y
miles y millones de animalitos y personas hemos disfrutado del delicioso sabor
de las castañas.”
¿Sabéis
cuál es la moraleja de esta historia niñas?- preguntó la madrina.
-No,
¿cuál es?
-Eso,
¿cuál?
- Pues
que la naturaleza no es escasa, no es orgullosa, ni tacaña. Hace crecer un
bosque donde sólo había un árbol.
Ella
premia a los que comparten “lo suyo”, no sólo con su felicidad, también con la
felicidad de todo aquello que, gracias a ellos, permanece a través de los
tiempos.
-Eso
significa que si comparto mi pastel con Estela...
-Eso
significa- interrumpió la madrina- que si compartes tu pastel con tu hermana te
estará muy agradecida. Algún día, en el futuro, recordará lo feliz que la hizo
recibir un poquito de lo que era tuyo y compartirá con otra persona algo
suyo...esa otra persona recordará lo feliz que la hizo que compartieran con ella
y también querrá hacerlo con otro que lo necesite...y así será como tú, como el
castaño de castañas dulces, con un pequeño esfuerzo ahora, harás feliz a muchísima
gente a lo largo de todos los tiempos.
Las
niñas se comieron todo lo que su madre les había puesto en la cesta. Guardaron
con cuidado las semillas de las frutas para plantarlas después en una maceta. Érika
entregó a su hermana la mitad de su pastel de chocolate.
De
vuelta a casa, las dos niñas querían ser el castaño de la historia. Lo cierto es
que, después de aquel día, compartir ya nunca volvió a ser un “estoy quedándome
sin lo que es mío” sino más bien un “¿a cuántos seres haré feliz a lo largo de
los tiempos si comparto ahora esto?”.
Y así
termina la historia- concluyó mi amigo el agricultor.
Yo
estaba ya llorando. ¡Pero qué bonita!
Después
de escucharla, me quedé un buen rato más de cháchara con mi amigo. Le devolví
su libro y le apunté en una hoja de libreta todos mis datos de contacto por si
algún día iba a Madrid, antes de que yo volviera por aquí, claro. Y yo me quedé
con los suyos, le dije que me tenía que permitir enviarle un regalo cuando
llegara a Madrid.
El
hombre se sonrojó y todo, y me decía: “no hace falta, no hace falta” y yo
pensaba, “ya sé que no hace falta, pero es que, probablemente, el regalo que le
voy a hacer a este hombre es el que más ilusión me hace a mí obsequiar de
cuantos he comprado en los últimos cinco años, por lo menos, y ¿a cuánta gente
haré feliz con mi acción a lo largo de los siglos?”
Me fui
andando de nuevo por el camino de la orilla del río Golako. Había cascaditas de
agua a ambos lados del mismo. Estaba nublado, pero el color predominante era el
verde, todo estaba verde, salvo el suelo, cubierto de hojas con distintos tonos
ocre. Llegué a un puente construido con piedras, no con hormigón, no, no, con
piedras de verdad. Era muy bonito porque de entre ellas nacían lianas que
colgaban hasta tocar el mismo cauce del río.
Nunca olvidaré cómo respiré: quería que
entrara en mis pulmones todo el aire posible, un aire limpio, impregnado de los
aromas de las plantas húmedas.
Este
puente tenía algo de mágico, como el lago que había visto el día anterior. Tal
vez fuera el río, no lo sé.
En
medio del río había una enorme piedra, y yo me acordé de la historia de la
lamia y la hermosa flor. Salté por entre los guijarros como pude para no
mojarme y poder subir a ella.
Me
quedé allí, un buen rato en silencio.
En dos
días aquí había pasado de no encontrar sentido a nada, a estar radiante de
alegría. Realmente yo ya había conseguido todo lo que quería de este viaje.
Estaba
sola en medio de la naturaleza más salvaje y, sin embargo, me sentía más segura
de lo que me había sentido en los últimos años. No había en mí atisbo de miedo,
por
ninguna
parte de mi ser.
Me
quedé mirando un remanso que había justo junto a la piedra en que yo estaba
subida. “El agua también se detiene” pensé, “hasta en el río Golako se detiene”.
Justo
igual que yo había necesitado detenerme en mi vida, para recapacitar sobre cómo
la estaba viviendo. Para volver a nacer.
En el
hospital, lo que siempre más me ha sorprendido de cuanto he visto por mi
trabajo, es cómo los bebés, de manera innata, buscan la teta de la madre. Nadie
se lo ha enseñado,
pero
ellos saben que
tienen que comer, y cómo tienen que hacerlo.
Creo
que en alguna parte de mí, de manera innata también, hace tiempo despertó la
necesidad, legítima, de que mi vida tuviera sentido, y el deseo, también
legítimo, de ser feliz.
Entonces
vi como el agua descendía río abajo, y entendí que todo mi camino realmente
comenzaría en aquel preciso
lunes, 8 de octubre de 2012
Bienvenidos
Este es el blog de la clase de 5ºB del curso 12-13, en él vamos a contar qué hacemos en el cole, pondremos nuestras fotos y trabajos.
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