lunes, 19 de noviembre de 2012

Teatrillo

Marta y Adri han preparado el teatro de las castañas, en forma de marionetas, ha quedado muy bonito y hemos disfrutado un rato Gracias por el trabajo bien hecho
En esta dirección podéis ver las fotos http://www.colebenyamina.org/clases/12_13/nov/teatro5/index.html

Cumple de Paloma

Felicidades, comimos una bonita tarta, cantamos el cumpleaños feliz
Aquí puedes ver las fotos http://www.colebenyamina.org/clases/12_13/nov/paloma/index.html

lunes, 12 de noviembre de 2012

El castaño de las castañas dulces

En este enlace tienes un vídeo del cuento http://www.youtube.com/watch?v=KutO_AKDUWE



El castaño de castañas dulces
Aquel sábado era un día muy especial para las mellizas traviesas porque su madrina vendría a llevarlas de excursión a los montes de Vitoria para hacer un pic-nic; nunca antes habían hecho uno, así que estaban tremendamente ilusionadas, querían llegar ya, y correr y saltar y jugar por el monte; parecía que se hubieran hecho mayores a lo largo de toda aquella larga mañana en que esperaban impacientes su llegada.

Lo que no imaginaban las pequeñas es que aquel sábado, y siendo tan pequeñas como eran, aprenderían una valiosísima lección que muchos adultos aún desconocen y otros muchos
parecen haber olvidado.

-Estela ¿va a venir ya la madrina?- preguntó Érika a su hermana con voz aburrida mientras hundía las galletas en la leche.

-Yo no lo sé hermana- le respondió la niña encogiéndose de hombros-.
Entonces alguien llamó a la puerta de la casa. Las dos niñas saltaron de sus sillas y corrieron hacia la puerta gritando:
-¡Por fin! ¡Es la madrina! ¡Yo abro, yo abro!

-¡No! ¡Tú no abres! ¡Abriré yo! ¡La madrina, la madrina ha venido!

-¡Deeeejaaa!

-¡No! ¡Quita!

Finalmente, en un descuido de Estela, Érika levantó su bracito, agarró la manivela y tiró de ella hacia abajo, consiguiendo abrir la puerta. Al otro lado su madrina empujaba despacito porque sabía que las dos estarían dando saltos detrás y no quería hacerles daño.
Estela, al verla, se puso a gritar de alegría. Para sorpresa de
su madrina, la saludó diciéndole:
-¡Señoritita! ¡Está usted muy guapa hoy!

-¿Señoritita?¿qué palabra es esa? ¡me gusta! Señoritita, usted también está muy guapa hoy.- le respondió la joven. Y dirigiéndose a ambas preguntó:

-Señorititas, ¿están ustedes preparadas para nuestro fabuloso día de pic-nic?¿tenéis vuestras cestas listas?

Las mellizas corrieron a la cocina gritando: “siiiii”, y volvieron con dos hermosas cestas de mimbre llenas de comida y muchas frutas.
Entre tanto, su madrina se había puesto a hablar con los padres de las mellizas, pero éstas, deseosas de salir cuanto antes, interrumpían cada frase de los mayores: estiraban al padre de los pantalones, a la madre de la falda, cogían la mano de la muchacha, y repetían: “venga, vamos ya, vamos ya, queremos irnos ya, ahora mismo”

- Está bien, señorititas- dijo su madrina en un tono de voz dulce y paciente - ahora despediros de papá y mamá y ¡comencemos nuestra aventura rumbo al bosque! -.

Por el camino jugaron a ser todos los animales que podía existir en los montes de Vitoria: un corzo, un azor, una mamá visón, un búho bebé, pájaros carpinteros, y también árboles:
un haya, roble, quejigal, acebo...-pájaro carpintero bebé, mamá corzo: ¡Por fin, hemos llegado!
Vamos a extender nuestro gran mantel de flores de colores, nos sentaremos sobre él y pondremos encima toda nuestra comida

Entre las tres extendieron el gran mantel y pusieron unos mullidos cojines que la madrina había traído para sentarse. Después, cada una sacó de su cesta su comida.

Desafortunadamente, la mamá de las mellizas había puesto un delicioso trozo de pastel de chocolate en la cesta de Érika, pero se había olvidado de ponerlo en la de Estela.

-Yo quiero mi pastel- sollozaba Estela – toda esta comida no la quiero, ni la fruta, quiero mi pastel de chocolate.

-Vamos Estela, esto se arregla muy rápido. Tu hermana Érika te dará la mitad del suyo.

-¡Ni hablar! ¡Éste es mío, mío, y no le voy a dar nada!- gritó Érika alargando la mano para atrapar el pastel que había dejado en el mantel de flores de colores.

Pero la madrina de las mellizas traviesas fue más rápida: lo alcanzó y lo dejó sobre una gruesa rama del roble bajo el que estaban, donde ninguna de las niñas alcanzaba a cogerlo.

-Y ahora, señorititas, el pastel es sólo mío – decía la joven riendo – a no ser que...
-¡Qué!

-¡Qué!

-A no ser que queráis oír una historia que conozco yo, es una historia muy bonita: la del castaño de castañas dulces.

-¡Bieeeeen!- gritaron las niñas al unísono mientras hacían palmas con sus manecitas – ¡Una historia! ¡Cuéntala, cuéntala!

- Está bien- respondió la madrina, empezó entonces a relatar la historia:
“Había una vez un lejano bosque en un lejano lugar, o ¿quién sabe?, tal vez fuera aquí mismo; la cuestión es que aquel bosque estaba lleno de castaños orgullosos.

En todo el continente no había unos árboles tan altos, tan verdes, tan aromáticos y hermosos como aquellos. Sus frutos, las castañas, caían sobre el suelo, y al cabo de un tiempo nacía un castañito pequeño. Así se había formado aquella frondosa arboleda. Digo que se trataba de unos castaños orgullosos porque se consideraban demasiado importantes como para dejar que ningún animalillo se comiera sus castañas; se decían unos a otros:

-Pues ¿no que va la lista de la ardilla e intenta comerse la mejor de mis castañas? pero ¿cómo se atreve?- decía uno.

-Ja, ¿y tú te quejas de una ardilla? ¡un humano hambriento trató de comerse una de las mías! – le respondía otro.

-¿Pues sabéis qué? Yo he descubierto cómo hacer para que ésos no se coman nuestros frutos. Debemos buscar con nuestras raíces los nutrientes más amargos y depositarlos
enteritos en nuestros frutos; porque debemos defender lo que es nuestro – respondía otro.
Pero en aquella arboleda había nacido un castaño muy crítico, que, desde chiquitín, se lo cuestionaba todo.
 Era muy tolerante y cariñoso y no le gustaba producir castañas
amargas. A pesar de las instrucciones de sus mayores, decidió conocer otros puntos de vista. Entonces preguntó a unas águilas que aquel día pasaban por el cielo azul.

-¡Escuchadme pajarillos!- les gritó el castaño desde abajo.
Las águilas se asombraron al oír a un miembro de aquella arboleda orgullosa llamarlos, y bajaron dos emisarios a ver qué querría.

-Vosotros que sobrevoláis los cielos debéis haber visto muchas cosas. Decidme ¿todos los castaños de todas las tierras hacen frutos amargos para protegerlos de los que se
los quieren comer?

Las aves se miraron asombradas, echaron a volar un poco para debatir, sin que el castaño las oyera, cuál sería la mejor respuesta. Pronto volvieron y una de ellas dijo:

-Pequeño, me temo que el único castañar que nosotros hemos sobrevolado es el vuestro. En nuestros itinerarios hay muchos árboles muy diversos, pero vosotros sois los únicos castaños.

-¿Cómo puede ser eso? y ¿cómo son los otros árboles? ¿son muy diferentes a mí?-

-Pues si- respondió uno de los pájaros- para empezar porque no son unos orgullosos- pero le interrumpió el otro pájaro dándole un cocotazo con el ala en la cabeza.

-Lo que quiere decir mi amigo, es que mientras que vosotros os esforzáis en hacer vuestro fruto amargo para que nadie os lo arrebate, la mayoría de los otros árboles se esfuerza en
hacer justo lo contrario: unos frutos suculentos, dulces y atractivos para animales y personas.

-¡Caramba!- exclamó el pequeño- y ¿por qué quieren hacer eso?-.

-¡Pues porque tienen raíces! Ellos, por sí solos, no pueden andar, no pueden conocer el mundo, no pueden poblar nuevas tierras. Así que hacen sus frutos atractivos para
aquellos seres que sí que pueden transportarlos. Imagina que un humano se marcha a nuevas tierras: debe llevarse frutos con que alimentarse, y dentro de esos frutos están las semillas de las que brotará una nueva planta... Y, de esta manera, un árbol, a pesar de tener raíces, viaja y se expande. Y sin embargo vosotros, sólo estáis aquí. Ya que no habéis querido compartir con las demás especies vuestros frutos, sólo ocupáis un trocito chiquitito del mundo. Vuestro mundo.
-Bueno, tampoco es tan malo eso de vivir sólo en nuestro mundo ¿no?- contestó el castaño dudoso.

-Ay, ¡qué poco sabes!. ¿Has visto alguna vez una tormenta eléctrica? Si, ¿verdad?. Pues nosotros hemos visto bosques mucho más grandes arder y desaparecer en una sola noche a
causa de un relámpago. Lo malo de vivir sólo en vuestro mundo es que si algo como eso pasara ya no tendréis ningún otro lugar a dónde ir, ningún otro lugar donde vuestra especie
pueda seguir existiendo y, lamentablemente, desaparecería.

El castaño se quedó un poco asustado, los pájaros tenían razón. Entonces había que trabajar rápidamente, había que empezar ya a pensar cómo hacer para: en lugar de defender
lo que es nuestro, compartir lo que es nuestro porque esa sería la única manera de poder expandirse y crecer en otros lugares.

Buscó por el suelo todas las clases de nutrientes. Pidió ayuda a animales, insectos, a las aguas subterráneas, a los pájaros, al viento...a todos los que pudo. Poco a poco lo consiguió. Se
esmeró y, transcurridos unos años, logró crear unas castañas maravillosas que eran el manjar predilecto de todos los animalillos herbívoros.

Cierto día, unos niños que jugaban en el castañar se acercaron al árbol a ver cómo una ardilla comía los frutos. Cogieron unas cuantas semillas con cuidado de no pincharse y descubrieron los ricos frutos de su interior. Se llenaron los bolsillos de castañas dulces y las compartieron con su familia.

Sus padres plantaron aquellas semillas para poder recolectar el delicioso manjar; y los vecinos también las plantaron. Los viajantes que pasaban por el pueblo y probaban los frutos se
llevaban semillas para venderlas a otros pueblos. Fue así como el castañito se expandió por lejanas tierras, muy, muy lejos del castañar orgulloso.

Con todo, sus vecinos se reían de él, decían que era un árbol chalado que permitía que cualquiera le arrebatara lo suyo.
Pero él, lejos de hacerles caso, sentía una inmensa alegría desde el fondo de su alma, pues sabía que, además de estar haciendo felices a otros seres, su obra en esta tierra contribuiría, en cierta manera, a que su especie, y él mismo, continuara existiendo mucho más allá que su tiempo.
Y desde entonces hasta ahora, gracias a aquel castaño que quiso compartir, cientos y miles y millones de animalitos y personas hemos disfrutado del delicioso sabor de las castañas.”

¿Sabéis cuál es la moraleja de esta historia niñas?- preguntó la madrina.
-No, ¿cuál es?

-Eso, ¿cuál?

- Pues que la naturaleza no es escasa, no es orgullosa, ni tacaña. Hace crecer un bosque donde sólo había un árbol.
Ella premia a los que comparten “lo suyo”, no sólo con su felicidad, también con la felicidad de todo aquello que, gracias a ellos, permanece a través de los tiempos.

-Eso significa que si comparto mi pastel con Estela...

-Eso significa- interrumpió la madrina- que si compartes tu pastel con tu hermana te estará muy agradecida. Algún día, en el futuro, recordará lo feliz que la hizo recibir un poquito de lo que era tuyo y compartirá con otra persona algo suyo...esa otra persona recordará lo feliz que la hizo que compartieran con ella y también querrá hacerlo con otro que lo necesite...y así será como tú, como el castaño de castañas dulces, con un pequeño esfuerzo ahora, harás feliz a muchísima gente a lo largo de todos los tiempos.

Las niñas se comieron todo lo que su madre les había puesto en la cesta. Guardaron con cuidado las semillas de las frutas para plantarlas después en una maceta. Érika entregó a su hermana la mitad de su pastel de chocolate.
De vuelta a casa, las dos niñas querían ser el castaño de la historia. Lo cierto es que, después de aquel día, compartir ya nunca volvió a ser un “estoy quedándome sin lo que es mío” sino más bien un “¿a cuántos seres haré feliz a lo largo de los tiempos si comparto ahora esto?”.

Y así termina la historia- concluyó mi amigo el agricultor.

Yo estaba ya llorando. ¡Pero qué bonita!

Después de escucharla, me quedé un buen rato más de cháchara con mi amigo. Le devolví su libro y le apunté en una hoja de libreta todos mis datos de contacto por si algún día iba a Madrid, antes de que yo volviera por aquí, claro. Y yo me quedé con los suyos, le dije que me tenía que permitir enviarle un regalo cuando llegara a Madrid.

El hombre se sonrojó y todo, y me decía: “no hace falta, no hace falta” y yo pensaba, “ya sé que no hace falta, pero es que, probablemente, el regalo que le voy a hacer a este hombre es el que más ilusión me hace a mí obsequiar de cuantos he comprado en los últimos cinco años, por lo menos, y ¿a cuánta gente haré feliz con mi acción a lo largo de los siglos?”

Me fui andando de nuevo por el camino de la orilla del río Golako. Había cascaditas de agua a ambos lados del mismo. Estaba nublado, pero el color predominante era el verde, todo estaba verde, salvo el suelo, cubierto de hojas con distintos tonos ocre. Llegué a un puente construido con piedras, no con hormigón, no, no, con piedras de verdad. Era muy bonito porque de entre ellas nacían lianas que colgaban hasta tocar el mismo cauce del río.

 Nunca olvidaré cómo respiré: quería que entrara en mis pulmones todo el aire posible, un aire limpio, impregnado de los aromas de las plantas húmedas.

Este puente tenía algo de mágico, como el lago que había visto el día anterior. Tal vez fuera el río, no lo sé.
En medio del río había una enorme piedra, y yo me acordé de la historia de la lamia y la hermosa flor. Salté por entre los guijarros como pude para no mojarme y poder subir a ella.
Me quedé allí, un buen rato en silencio.

En dos días aquí había pasado de no encontrar sentido a nada, a estar radiante de alegría. Realmente yo ya había conseguido todo lo que quería de este viaje.

Estaba sola en medio de la naturaleza más salvaje y, sin embargo, me sentía más segura de lo que me había sentido en los últimos años. No había en mí atisbo de miedo, por
ninguna parte de mi ser.

Me quedé mirando un remanso que había justo junto a la piedra en que yo estaba subida. “El agua también se detiene” pensé, “hasta en el río Golako se detiene”.
Justo igual que yo había necesitado detenerme en mi vida, para recapacitar sobre cómo la estaba viviendo. Para volver a nacer.

En el hospital, lo que siempre más me ha sorprendido de cuanto he visto por mi trabajo, es cómo los bebés, de manera innata, buscan la teta de la madre. Nadie se lo ha enseñado,
pero ellos saben que tienen que comer, y cómo tienen que hacerlo.

Creo que en alguna parte de mí, de manera innata también, hace tiempo despertó la necesidad, legítima, de que mi vida tuviera sentido, y el deseo, también legítimo, de ser feliz.
Entonces vi como el agua descendía río abajo, y entendí que todo mi camino realmente comenzaría en aquel preciso

lunes, 8 de octubre de 2012

Bienvenidos

Este es el blog de la clase de 5ºB del curso 12-13, en él vamos a contar qué hacemos en el cole, pondremos nuestras fotos y trabajos.
También iremos poniendo el trabajo que tenemos que realizar, los llamados deberes, para que los podamos consultar desde casa